Simfònica de les Illes Balears – 6º concierto

Por Jaume Sampol

El sexto concierto de la temporada de la Sinfónica de las Islas Baleares nos ofreció un programa muy variado con tres obras de autores bastante distantes en el tiempo y en los estilos. Entre Mozart y Stravinsky se hacía lugar el estreno absoluto de una sinfonía de un Miquel Ángel Roig-Francolí nada acomplejado.

El concierto para fagot del compositor austriaco es fantástico, me gustan personalmente los movimientos lentos de sus sonatas y sus conciertos, aquí no fue una excepción, estuvieron las exploraciones siempre cautivadoras de los parajes que ofrece la tonalidad menor. El intérprete, José Tatay se entregó de lleno, con técnica y sentimiento, haciéndonos disfrutar de un timbre hermoso que rara vez sale de su escondite entre las partes graves de la orquesta.

Del compositor ruso que no fue ni entendido ni querido por el régimen de su país, oímos el ballet Petrushka. Es para mí una de las músicas capitales del siglo XX. El elemento popular y la modernidad se dan la mano con una coherencia absoluta, de la que resulta una belleza constante de sonidos y de forma. Stravinsky fue uno de los protagonistas de la recuperación de la música lúdica. Hacía mucho tiempo que las fugas no existían en su hábitat habitual, las que encontramos integradas en obras extensas de compositores como Mendelssohn eran ejercicios intelectuales enmedio de universos sentimentales. Evidentemente la belleza no reside necesariamente en la expresión de sentimientos. Pero en aquellos años a caballo de los dos siglos, aún con resaca de romanticismo, esto se ponía a menudo en duda y por eso músicos como Debussy o el mismo Stravinsky no fueron del todo aceptados en su momento. Décadas más tarde de haberse estrenado La consagración de la primavera o Petrushka, Paul Hindemith presentaría su colección de fugas precedidas por preludios en homanage a Bach con el título de Ludus tonalis. Ya nadie se escandalizó.

La sinfonía del compositor ibicenco la escuchábamos entre las dos grandes piezas ya mencionadas antes. Un compositor actual entre dos compositores muy anteriores y ya consagrados. Un estreno entre dos obras ya reconocidas y de gran tradición. No sé si es acertado, pero tengo mis dudas. No me puedo imaginar una función en vida de Mozart donde se estrenara una obra suya después de haber oído una misa de Palestrina y antes de concluir el concierto con una cantata de Bach. Seguramente que cuando iba de Mozart, iba de Mozart y, en todo caso, tal vez también de algún contemporáneo suyo. Girar la espalda para ver lo que les había precedido era algo que no hacían a menudo, estaban demasiado ocupados con su presente. Nosotros, no sólo giramos la espalda, sino que revivimos toda aquella música y la hacemos presente constantemente. En principio, esto es una riqueza y un privilegio, pero también supone un peligro, nos podemos llegar a perder el presente viéndose desplazado por el pasado.

La obra de Miguel Ángel Roig-Francolí, Simfonia “De profundis”, tuvo que luchar para hacerse un espacio entre el pasado y la Historia, como si tuviera que demostrar que está a la altura y por tanto tiene derecho a formar parte de esta Historia de tradición clásica. Lo cual no deja de ser un contrasentido, porque el trabajo del compositor isleño no es «Historia», es presente. Después lo podemos analizar, comentar y expresar nuestra opinión. Por mi parte, le reconozco mucho trabajo bien hecho, trabajo de profesional que conoce a la perfección el medio en el que se mueve. Me sorprendió y gustó especialmente el primer movimiento. En conjunto disfruté mucho el acertado uso de la orquesta con riqueza constante de timbres y texturas.